“Experiencia es el nombre que damos a las equivocaciones”
Una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte de la condición humana. Hagamos lo que hagamos, habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. Hasta el genio más genial pone un borrón.
De cierto modo, a veces es más interesante el saber cómo se reponen las personas de los fallos que el número de fallos que cometen. Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.
Nuestros errores son una clara muestra de nuestra capacidad de elegir, de nuestra libertad, de nuestro derecho a equivocarnos. Pero para hacer uso de este derecho, debemos tener claro los deberes que implica: el de rectificar el error, el de pedir disculpas a quien afectó y el de perdonarnos por haberlo cometido (y perdonar, si es el caso, a otro que, al cometer un error, nos afectó a nosotros).
No se trata de justificar los errores, éstos deben ser evitados constantemente y ello requiere de tiempo, atención y esmero. Pero si se trata de reflexionar sobre la manera en que algunas empresas o su personal directivo observan las fallas y las exponen al común, entonces es conveniente reflexionar sobre la propensión del hombre a equivocarse y cómo puede ser convertido ese error en aprendizaje si se sabe gerenciar.
Lo más importante no es quejarse ni quedarse en el error, sino aprovechar sus lecciones.
Como personas y compañeros, reconocemos la equivocación, no la justificamos ni avalamos, pero si la tomamos como un camino para el crecimiento, para el aprendizaje, para el mejoramiento.
Compañeros del Núcleo Ético - Religioso
Cesar Augusto Londoño Castañeda
Sacerdote, Docente IENSAmagà
martes, 27 de abril de 2010
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